Nadie se salva de la mentira. Nadie puede evitar mentir alguna vez o ser mentido. Esa es la única certeza. Todos nos traicionamos a nosotros mismos. Normalmente intentamos esquivar alguna subespecie del dolor, o queremos sentir por unos momentos algo que suene parecido a “placer”. Todo pura mierda.
No creo que haya mucha gente que pueda vivir sin batallar, simplemente por seguir vivo de la manera más digna posible que se le ocurra a uno. Es una puta guerra. Esa es la GUERRA, al menos, probablemente, para ti, que si estás leyendo esto es porque te puedes permitir perder el tiempo, y te puedes permitir un ordenador. Yo malgasto gran parte de mi tiempo, entre otras estupideces, escribiendo esta mierda y leyendo otras que han escrito personas a las que hemos hecho célebres por escribirlas. Últimamente creo que nada sirve realmente para algo. Para algo que valga REALMENTE la pena. Y no quiero ponerme en plan gilipollas y empezar con eso de que la gran mayoría de gente en este planeta pasa hambre y no tienen ni agua potable para beber, que es una realidad, pero creo que desde nuestro trono fascista, cualquier discursito cargado de consciencia es una hipocresía. Es por culpa nuestra que el resto del mundo esté como está, y gracias a su sufrimiento podemos conectarnos al puto Facebook y hablar de gilipolleces. Somos unos fascistas que nos hemos impuesto a la fuerza y les hemos robado todo menos su alma.
Es por eso que fallamos a los demás y nos fallamos a nosotros mismos. Jugamos a un juego absurdo, un juego de fascistas hecho por fascistas y con reglas fascistas.
Somos unos hipócritas. Todos.
Somos unos hijos de puta.
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