lunes, 30 de mayo de 2011

El bosque


La chica está en el lavabo metiéndose cocaína mientras espero a que algún Dios nuevo me dé su bendición, o al menos una pista. Bob Dylan lo sabe desde hace tiempo, pero nunca he querido prestarle atención.

Vuelvo a escuchar el vaivén de las sirenas que violan el barrio cada vez con más frecuencia. Me preocupa su pulcritud. La chica vuelve y cae encima de su silla; me habla de bosques gallegos y de agencias de publicidad, porque así es ella, no le importa mezclar lo puro con el cáncer. De hecho, si no lo hace se aburre y se consume y el conjuro deja de hacer efecto con el consiguiente retorno a su estado de mosca. La materia no se crea ni se destruye, sólo se transforma, y la cocaína esparcida en la tapa del váter del bar ahora forma parte de su alma; la veo en sus pupilas. Sigue hablándome pero no la escucho, sólo puedo mirarla e intento verme reflejado en sus labios, pero ya no es posible. Tengo mucho calor.

La chica está en el lavabo metiéndose cocaína mientras espero a que algún Dios nuevo me dé su bendición, o al menos una pista. Es el tercer bar de la noche y estamos los mismos que en los anteriores, aunque con otras máscaras. Ella me habla de encuentros sexuales pasados pero yo concentro mi atención en un pelo de mi cabeza que está desnudo, muerto, encima de la mesa. La interrumpo:
-¿Has escuchado a los Fleet Foxes?
-¡No! Pero Carla me ha dicho que su novio los vio en un conci…

Empiezo a liarme un cigarro mentalmente. Tengo mucho frío. Un policía entra en el bar y se queja de lo sucio que está el suelo: se pone un casco con visera para taparse la cara y saca una escopeta. Miro a la chica pero ya no está. Noto como una mosca se posa en mi oreja e intenta meterse en mi oído. Tengo mucho frío.

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